viernes, 14 de abril de 2017

INVIERNO

Había una vez un joven solitario, no tendría más de los 18 años y caminaba por una ruta abandonada.  
Los sonetos se mezclaban con los pensamientos del chico que no sabía dónde se encontraba. Todo su cuerpo temblaba, su respiración era helada al igual que todo lo que su alrededor sucumbía ante la nieve. Tenía tantas preguntas que no supo por dónde empezar, ¿pero a quién le iba a preguntar? Estaba completamente solo. No era una novedad de todas formas, su cuerpo delgado no recordaba la última vez que había recibido una muestra de afecto real. Sus pies le dolían tanto que unas lágrimas rodaban por sus mejillas hasta caer en el frío asfalto por el que intentaba caminar, pero aquel era un acto lleno de insensatez porque su vida ya no valía nada. ¿O no era por eso que lo habían tirado como un animal herido en la calle, en medio de la nada y sin sus zapatos? No había sido crueldad, era más como justicia poética disfrazada de conciencias mal paradas en el tiempo, se les había hecho tarde en llegar y ahora el invierno era parte del castigo.
Llorando con el corazón roto en más pedazos de los que podía contar sin desfallecer caminaba por aquella calle solitaria, rodeado por arboles y nieve, por frío y soledad. Casi como si el fin de su vida fuese una ironía mezclada con el recuerdo de sus mejores recuerdos, en soledad, con frialdad y en silencio. Tal vez así era como debían pasar las cosas. Tal vez las huellas ensangrentadas que dejaba a su paso eran lo que tenía que sufrir, tal vez el ardor en sus pulmones al respirar era lo que se merecía, tal vez el vacío en su alma era lo que debía padecer. Tal vez nada de aquello era justo pero lo consiguió con sus actos, ignorando cada advertencia al respecto, consumiendo más polvo blanco del debido, debiendo más favores de los permitidos. Todo era su culpa pero la compresión de esto no se llevaba el dolor y el chico que se abrazaba cada vez más fuerte lo tenía claro.
Había una vez un joven adicto con malas compañías, pocos amigos y un camino interminable de dolor de regreso a una ciudad donde ya nadie lo quería. Su futuro estaba ya escrito pero el chico no detenía su andar, así de fatalista era en su interior donde la música se reproducía por sí sola y sin fin.  


Nota de la autora:

En estos tiempos juzgar con maldad está de más, no debería importar lo que una persona aparenta, su forma de ser, de verse y lo que representa en su asunto. Si no hay nada bueno que decir mejor mantenerse en silencio, si no se tiene ningún aporte entonces mejor se sigue la corriente; que luego de la tormenta viene la calma y una opinión llena de ira o de burla no va a cambiar nada, no vale nada, no sirve de nada.
Dejemos vivir. 
Creemos un ambiente de paz.