Y de pronto ahí estaba ella, con el cuerpo helado y el alma congelada. Su mente tan llena de paz le guiaba por un corto trayecto, siempre buscando una salida. ¿Pero a dónde podría ir? ¿Qué haría ahora que nada tenía sentido? ¿Se había vuelto loca? Para todo aquello ella respondía con silencio y en su cabeza un «tal vez» brillaba con luz de neón, ayudando a que su caminar fuese más claro.
El dolor que estuvo cargando en su alma ahora le pesaba en los hombros, un malestar casi imposible ahora era una enfermedad real, porque sí, ella estaba enferma. El problema era que a pesar de pedir ayuda nadie sabía muy bien qué hacer y le repetían siempre lo mismo; «estarás bien, eres fuerte.»
¿Pero como lo sabían con certeza? ¿Tenían una fórmula mágica para asegurarse de que ella era fuerte? ¿Porqué no se sentía así?
Tampoco tenía respuestas para eso, sólo silencio era lo que ella podía dar y tenía claro que no iba a sanar, su mal era perdurable, más fuerte que ella misma.
Sostenía en sus manos un viejo soneto, lleno de muchas claves de música que ya nadie escucharía. Caminaba hacia el viejo puente desde donde veía rocas negras siendo golpeadas por aguas turbulentas, la mujer que en su tiempo había sido una perfecta y talentosa pianista se paró al borde del puente con las hojas entre lo dedos y el corazón roto.
De todas formas nada sería igual, no se puede vivir sin cura a un mal, no se puede vivir sin motivación y con un último suspiro la mujer saltó.
Las aguas frías arruinaron su perfecto vestido al instante, su cabello flotaba con una nube negra y su espíritu se ahogaba de forma lenta, tan dolorosa que cuando quiso salvarse la corriente se la llevó sin más.
En la superficie unas viejas hojas flotaban sin dirección y de pronto ahí estaba ella, sola en el río, muerta pero sin dolor.
«Pide ayuda si te sientes mal, a veces el dolor del alma es lo peor que hay»
—Leyna Mei.
Una vida de sueños en un mundo de palabras...
jueves, 18 de mayo de 2017
miércoles, 17 de mayo de 2017
Tarde...
Por Leyna Mei.
«Era tarde cuando ella recibió su mensaje y una sonrisa como nunca antes se formó en su rostro. Bajó las escaleras en silencio con las zapatillas en las manos y el corazón latiendo con fuerza en su pecho. La jovencita nunca había hecho algo como eso porque era una chica buena, tan buena que escapar como ahora nunca se le había pasado por la mente. Pero a la luz de la luna su razonamiento era claro, estaba lista para aventuras, para risas y tal vez para algo de dulce locura.
Al salir la chica se encontró con el chico que motivó su escape, él la miró como se había estado esperando y juntos corrieron por una calle desolada para bailar y reír hasta el amanecer.»
«Era tarde cuando ella recibió su mensaje y una sonrisa como nunca antes se formó en su rostro. Bajó las escaleras en silencio con las zapatillas en las manos y el corazón latiendo con fuerza en su pecho. La jovencita nunca había hecho algo como eso porque era una chica buena, tan buena que escapar como ahora nunca se le había pasado por la mente. Pero a la luz de la luna su razonamiento era claro, estaba lista para aventuras, para risas y tal vez para algo de dulce locura.
Al salir la chica se encontró con el chico que motivó su escape, él la miró como se había estado esperando y juntos corrieron por una calle desolada para bailar y reír hasta el amanecer.»
viernes, 14 de abril de 2017
INVIERNO
Había
una vez un joven solitario, no tendría más de los 18 años y caminaba por una
ruta abandonada.
Los
sonetos se mezclaban con los pensamientos del chico que no sabía dónde se
encontraba. Todo su cuerpo temblaba, su respiración era helada al igual que
todo lo que su alrededor sucumbía ante la nieve. Tenía tantas preguntas que no
supo por dónde empezar, ¿pero a quién le iba a preguntar? Estaba completamente
solo. No era una novedad de todas formas, su cuerpo delgado no recordaba la última
vez que había recibido una muestra de afecto real. Sus pies le dolían tanto que
unas lágrimas rodaban por sus mejillas hasta caer en el frío asfalto por el que
intentaba caminar, pero aquel era un acto lleno de insensatez porque su vida ya
no valía nada. ¿O no era por eso que lo habían tirado como un animal herido en
la calle, en medio de la nada y sin sus zapatos? No había sido crueldad, era
más como justicia poética disfrazada de conciencias mal paradas en el tiempo,
se les había hecho tarde en llegar y ahora el invierno era parte del castigo.
Llorando
con el corazón roto en más pedazos de los que podía contar sin desfallecer
caminaba por aquella calle solitaria, rodeado por arboles y nieve, por frío y
soledad. Casi como si el fin de su vida fuese una ironía mezclada con el
recuerdo de sus mejores recuerdos, en soledad, con frialdad y en silencio. Tal vez
así era como debían pasar las cosas. Tal vez las huellas ensangrentadas que
dejaba a su paso eran lo que tenía que sufrir, tal vez el ardor en sus pulmones
al respirar era lo que se merecía, tal vez el vacío en su alma era lo que debía
padecer. Tal vez nada de aquello era justo pero lo consiguió con sus actos,
ignorando cada advertencia al respecto, consumiendo más polvo blanco del
debido, debiendo más favores de los permitidos. Todo era su culpa pero la compresión
de esto no se llevaba el dolor y el chico que se abrazaba cada vez más fuerte
lo tenía claro.
Había una vez un joven
adicto con malas compañías, pocos amigos y un camino interminable de dolor de
regreso a una ciudad donde ya nadie lo quería. Su futuro estaba ya escrito pero
el chico no detenía su andar, así de fatalista era en su interior donde la música
se reproducía por sí sola y sin fin.
Nota de la autora:
En estos tiempos juzgar con maldad está de más, no debería importar lo que una persona aparenta, su forma de ser, de verse y lo que representa en su asunto. Si no hay nada bueno que decir mejor mantenerse en silencio, si no se tiene ningún aporte entonces mejor se sigue la corriente; que luego de la tormenta viene la calma y una opinión llena de ira o de burla no va a cambiar nada, no vale nada, no sirve de nada.
Dejemos vivir.
Creemos un ambiente de paz.
miércoles, 1 de febrero de 2017
Ella era...
« Ella era un chica crítica, de las que huelen el chafé antes de tomarlo, de las que no se miran al espejo por que saben que se ven bien, de las que corren descalzas sobre el pasto, de las pocas chicas que quedaban en el mundo con sus ojos muy abiertos y llena de inteligencia que no necesitaba mención. Ella era diferente con su cabello despeinado, su estilo oscuro y su sonrisa pilla. Ella era una mujer no una niña, una de esas que sabe lo que quiere mucho antes de que se lo pregunten.
Ella estaba feliz consigo misma aunque le había tomado mucho trabajo llegar hasta ahí y en ese lugar, en la cima de su mundo ella era como deseaba ser y no como el mundo le había ordenado que sería. Por lo tanto era monstruosa, bella, extraña y libre, tan compleja que intentar entenderla podía doler en el alma.. Ella era su propia dueña, su felicidad era su mayor tesoro.»
—Leyna Me
domingo, 27 de septiembre de 2015
IMAGENES que inspiren...
Una elección de frases que merecen una imagen, una representación tan clara como sea posible... un simple momento que encuentra su importancia en las palabras, se muestra en los colores y se tiñe con la tinta de una firma. La firma de una soñadora...
viernes, 26 de junio de 2015
Temporadas...
"No hay maltrato soportable, no hay precio para la libertad y siempre en algún lugar habrá alguien librando una guerra diaria por sobrevivir. Este relato no es un testimonio real sobre la violencia familiar, es solo una opinión sencilla luego de una reflexión interior en contra de cualquier daño a otra persona, es mi forma de exponer mi punto de vista y de motivar a aquellos que sufren maltrato a luchar por seguir adelante recuperando su vida, valorando su libertad y amando su integridad..."
Hubo una temporada en la que no le temía a nada porque creía ser fuerte
a más no poder, o al menos eso me repetía cada mañana frente al espejo.
Por más empujones, gritos y abusos; la vida no me derrumbaba. Me
negaba a ponerme en peligros que pudieran afectarme demasiado, trataba de
luchar aquellas guerras que sabía podía ganar y cuando me defendía lo hacía con
ganas, no obstante eso no siempre era verdad.
No buscaba destacarme ante nada, no necesitaba gloria alguna más que
salir adelante con mis metas diarias, ¿para qué iba a desear más? Si ya de por
sí me esforzaba para aparentar que lo tenía todo, que las cosas estaban bien
como eran y que no me preocupa conseguir algo más.
Mis batallas eran simples desde temprano, pero al continuar el día se
volvían pesadas, dolorosas y temibles. Primero luchaba por saber cómo vestirme cada
mañana; siendo astuta al lograr ocultar a la perfección los golpes, las heridas
sobre mi piel que no me desmoronaban.
Seguidamente caminaba apresurada por las calles mirando de reojo rostros
alegres, escuchando risas lejanas, admirando los detalles que en mi vida no
conservaba. Esa era una guerra constante a la que temía mucho.
El darme cuenta de lo que perdía al no hacer cambios en mi presente,
de lo desesperadamente que necesitaba reír hasta que mis ojos lloraran y el
estomago me doliera no por nervios sino por felicidad; esa era una parte
difícil a la constantemente tenía que enfrentarme sin importar la hora, porque
ese precisamente, era un sentimiento que no me dejaba respirar bien. Sentía mucha
pena por mí misma y me odiaba en el proceso.
La disputa más fatigante por las tardes era regresar a casa luego del
trabajo, ignorando el dolor que el cansancio dejaba en mi cuerpo para correr
limpiando habitaciones, vigilando la cena en la estufa y esperando a que el
reloj me avisara que mi tiempo de seguridad se había acabado; que la batalla más
fuerte, esa que rompía mis trincheras, que aniquilaba mis fuerzas y adivinaba
mis tácticas defensivas estaba por entrar por la puerta.
Mi esposo llegaba a la hora que deseaba gritando por las cosas que
quería, muchas veces una de esas cosas era yo. Cada paso, cada respiración y el
mínimo movimiento de mi cuerpo él los predecía convirtiéndome en su presa
preferida; una vez que obtenía lo que desea entonces me miraba como uno de sus
logros y después me enmarcaba como uno de sus trofeos.
Cada noche en la casa era como un campo minado, por donde debía
andarme de puntillas mientras que al mismo tiempo él me amenazaba con desatar una
guerra ofensiva por cualquier error que cometiera, convirtiendo con su fuerza una simple velada en una lucha asfixiante y aterradora.
Algunas veces me salvaba porque la puerta del baño resistía lo suficiente,
pero casi todas las noches él ganaba, destruía mi armamento con un placer espantoso
en su mirada, ignorando mi llanto desesperado y la bandera blanca que le
mostraba.
Hubo un tiempo en el que yo no era fuerte pero me empeñaba en fingirlo,
solo porque sobrevivía a muchas de las peleas que siempre perdía… perder nunca era
bueno, aguantar no era vida.
Un día como cualquier otro mi cuerpo renunció a la lucha, mi mente cansada
del dolor supo que no podría aguantar más, entonces entre lagrimas sin sentido reuní
lo último de mis fuerzas y las organicé lo mejor que pude antes de cruzar la
puerta para huir en la dirección correcta. Con el corazón retumbando en mi
pecho me marché adorando los pocos rostros felices que se cruzaban en mi camino,
ignorando la guerra que dejaba a mis espaldas. Comprendí que la beligerancia de
mi vida junto a él acabaría en algún punto, que el final sería fatal y sin
importar qué terminaría siendo yo la gran perdedora. De todas formas a ese punto
ya me veía como una tierra tristemente abandonada, pero me sentía lista para
ser restaurada.
Hubo una temporada en que me mentía constantemente para no desfallecer
a la rutina de esposa silenciosa, de amante entregada como de pieza de museo
que no sentía nada. Hubo una temporada que casi me acaba por completo, a pesar de
todo sé que habrán otras temporadas más amables que me reconstruyan, mejoren y me hagan sentir realmente
fuerte, no porque yo lo repita, sino porque la mujer hermosa e increíble delante
del espejo se sienta muy poderosa.
Es lo que ahora en adelante me digo, es lo que a pesar de los
recuerdos de aquellas temporadas de dolor hoy por hoy me mantiene en pie.
lunes, 11 de mayo de 2015
Dos extraños en Corea...
Él caminaba bajo un
cielo oscuro en el que pudo haber un lindo atardecer con tonos naranjas y rojos
si tan solo hubiese tenido un poco más de suerte, pero no; la suerte no existía
para él y las lluvias empezaban a amenazar a la cuidad con su llegada. Aquella
tarde parecía ser la primera de muchas con mala suerte estando ya cargada de un
semblante gris con espesas nubes que cubrían el sol.
Sin importarle
demasiado el clima él caminaba buscando un poco de dolor, un poco de agonía de
esa que te quita la respiración por instantes, que hace que tu cuerpo no
responda como debería y que deja a una sola cosa en tu mente como una tortura
constante de la que no puedes escapar.
En su caminar notaba
que gente no le prestaba atención en absoluto, debía ser porque él no
pertenecía a aquellas tierras, las personas no se veían como él y de alguna
forma aquellas diferencias en lugar de destacarlo lo hundían en la indiferencia
total, era un completo extraño. Pero su búsqueda era lo que lo definía en aquel
día o más bien noche, porque entre más caminaba por las calles más frio se
ponía el ambiente y más se oscurecía el cielo sobre su cabeza.
¿Alguien notaría como
las nubes no eran del todo blancas y no del todo grises? Se preguntaba él
mientras se detenía delante de una librería, en la ventana un libro se exhibía
con luces azules como resplandor de fondo, pero hasta aquel libro que era
especial en la cuidad no recibía suficientes miradas, ni esas luces lograban
que las personas le prestaran atención. Injustamente él no podía compararse con
aquel objeto con hojas llenas de historias, su vida estaba vacía más bien como
el foco de la luz azul que pretendía ser de ayuda aun sin serlo.
La observación de los
colores terminó por cansarlo así que continuó con su caminata, buscando ese
desespero que tanto anhelaba poseer, ese dolor al que muchos le llamaban deseo,
ardor, romance e incluso amor.
No pedía mucho, la
verdad él no era exigente, solo quería un poco de dulzura con ese dolor, reírse
un poco por las mañanas no le caería mal tampoco y si hablamos de una que otra
noche de pasión entonces no habría nada más que agregarle al asunto. Pero aquel
deseo parecía no llenarse con facilidad.
¿Era acaso su culpa que todos aquellos
intentos anteriores dolieran mucho pero no de la forma en cómo él esperaba que
dolieran? ¿Acaso eso tenía sentido? Ante sus propias preguntas mentales tuvo
que encogerse de hombros, ni él mismo se comprendía.
La noche al fin cayó
sobre la cuidad, la gente seguía caminando por las calles esta vez bajo una
lluvia leve e igual que antes ignorando que él estaba ahí, entre ellos.
¿Dónde estaba su
deseado dolor en aquella ciudad tan impactante? ¿Cuánto tiempo más tendría que
buscarle? Justo después de esa segunda pregunta un trueno brillante destelló en
el cielo, hizo que sus pies se detuvieran y que mirara hacia arriba con cierta
precaución pensando que si una de esas luces gigantes le caía encima entonces
no tendría que buscar nunca más, a nada y a nadie.
Pero en el momento en
que bajó la cabeza una mujer de ojos negros estaba delante de él, lo miraba
divertida como si ella supiera lo que pensaba dentro de su cabeza, como si ya
supiera por adelantado cuáles eran sus planes, sus sueños y sus miedos.
Una extraña en tierras
lejanas justo como él.
—Soy Emma –dijo ella
ofreciendo su delicada mano. La lluvia mojaba su cabello haciendo que pequeños mechones
se pegaran contras sus mejillas mientras sonreía con amabilidad.
—Soy Connor, hola
–respondió él sintiendo el primer golpe contra su estómago y de paso sonriendo algo
sorprendido de que las palabras le salieran sin compromiso.
Ella le invitó a un
café con la idea de refugiarse de la lluvia que empezaba a caerles encima con
mayor fuerza, él por su parte aceptó empezando a sentir un dolor de cabeza
bastante aterrador. Caminaron juntos una cuadra más y por un segundo él creyó
recibir ciertas miradas de la gente que caminaba en la calle, una que otra
sonrisa de las personas dentro del local al que entraron y un fuerte dolor le
golpeó en el pecho cuando ella se sentó en una silla delante de él diciéndole
que estaba encantada de conocerle… y ahí estaba su dolor, al fin podía
sentirlo.
De algún modo también
podía ver en sus dulces ojos como el dolor se esparcía en ella, se regaba
llenando su interior de una dolorosa agitación igual que como a él le pasaba…
De esta forma la noche
sorprendía a los transeúntes con destellos cargados de sonidos en el cielo y
con un hombre menos caminando sin rumbo fijo en las calles abarrotadas de Corea.
La lluvia se aventuraba por todas partes mojando muchas esperanzas rotas,
tratando de despertar demasiados sueños olvidados y creando sin querer el
clímax perfecto para que un sufrimiento cruel, abrumador e infinitamente
increíble empezara entre una persona extraña que buscaba el dolor y otra aun
más extraña que estaba dispuesta a hacerle sufrir por siempre…
Con algo de suerte
ambos extraños sufrirían juntos el amor en una tierra lejana.
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