lunes, 11 de mayo de 2015

Dos extraños en Corea...

Él caminaba bajo un cielo oscuro en el que pudo haber un lindo atardecer con tonos naranjas y rojos si tan solo hubiese tenido un poco más de suerte, pero no; la suerte no existía para él y las lluvias empezaban a amenazar a la cuidad con su llegada. Aquella tarde parecía ser la primera de muchas con mala suerte estando ya cargada de un semblante gris con espesas nubes que cubrían el sol.
Sin importarle demasiado el clima él caminaba buscando un poco de dolor, un poco de agonía de esa que te quita la respiración por instantes, que hace que tu cuerpo no responda como debería y que deja a una sola cosa en tu mente como una tortura constante de la que no puedes escapar.
En su caminar notaba que gente no le prestaba atención en absoluto, debía ser porque él no pertenecía a aquellas tierras, las personas no se veían como él y de alguna forma aquellas diferencias en lugar de destacarlo lo hundían en la indiferencia total, era un completo extraño. Pero su búsqueda era lo que lo definía en aquel día o más bien noche, porque entre más caminaba por las calles más frio se ponía el ambiente y más se oscurecía el cielo sobre su cabeza.
¿Alguien notaría como las nubes no eran del todo blancas y no del todo grises? Se preguntaba él mientras se detenía delante de una librería, en la ventana un libro se exhibía con luces azules como resplandor de fondo, pero hasta aquel libro que era especial en la cuidad no recibía suficientes miradas, ni esas luces lograban que las personas le prestaran atención. Injustamente él no podía compararse con aquel objeto con hojas llenas de historias, su vida estaba vacía más bien como el foco de la luz azul que pretendía ser de ayuda aun sin serlo.
La observación de los colores terminó por cansarlo así que continuó con su caminata, buscando ese desespero que tanto anhelaba poseer, ese dolor al que muchos le llamaban deseo, ardor, romance e incluso amor.
No pedía mucho, la verdad él no era exigente, solo quería un poco de dulzura con ese dolor, reírse un poco por las mañanas no le caería mal tampoco y si hablamos de una que otra noche de pasión entonces no habría nada más que agregarle al asunto. Pero aquel deseo parecía no llenarse con facilidad.
 ¿Era acaso su culpa que todos aquellos intentos anteriores dolieran mucho pero no de la forma en cómo él esperaba que dolieran? ¿Acaso eso tenía sentido? Ante sus propias preguntas mentales tuvo que encogerse de hombros, ni él mismo se comprendía.
La noche al fin cayó sobre la cuidad, la gente seguía caminando por las calles esta vez bajo una lluvia leve e igual que antes ignorando que él estaba ahí, entre ellos.
¿Dónde estaba su deseado dolor en aquella ciudad tan impactante? ¿Cuánto tiempo más tendría que buscarle? Justo después de esa segunda pregunta un trueno brillante destelló en el cielo, hizo que sus pies se detuvieran y que mirara hacia arriba con cierta precaución pensando que si una de esas luces gigantes le caía encima entonces no tendría que buscar nunca más, a nada y a nadie.
Pero en el momento en que bajó la cabeza una mujer de ojos negros estaba delante de él, lo miraba divertida como si ella supiera lo que pensaba dentro de su cabeza, como si ya supiera por adelantado cuáles eran sus planes, sus sueños y sus miedos.
Una extraña en tierras lejanas justo como él.
—Soy Emma –dijo ella ofreciendo su delicada mano. La lluvia mojaba su cabello haciendo que pequeños mechones se pegaran contras sus mejillas mientras sonreía con amabilidad.
—Soy Connor, hola –respondió él sintiendo el primer golpe contra su estómago y de paso sonriendo algo sorprendido de que las palabras le salieran sin compromiso.
Ella le invitó a un café con la idea de refugiarse de la lluvia que empezaba a caerles encima con mayor fuerza, él por su parte aceptó empezando a sentir un dolor de cabeza bastante aterrador. Caminaron juntos una cuadra más y por un segundo él creyó recibir ciertas miradas de la gente que caminaba en la calle, una que otra sonrisa de las personas dentro del local al que entraron y un fuerte dolor le golpeó en el pecho cuando ella se sentó en una silla delante de él diciéndole que estaba encantada de conocerle… y ahí estaba su dolor, al fin podía sentirlo.
De algún modo también podía ver en sus dulces ojos como el dolor se esparcía en ella, se regaba llenando su interior de una dolorosa agitación igual que como a él le pasaba…

De esta forma la noche sorprendía a los transeúntes con destellos cargados de sonidos en el cielo y con un hombre menos caminando sin rumbo fijo en las calles abarrotadas de Corea. La lluvia se aventuraba por todas partes mojando muchas esperanzas rotas, tratando de despertar demasiados sueños olvidados y creando sin querer el clímax perfecto para que un sufrimiento cruel, abrumador e infinitamente increíble empezara entre una persona extraña que buscaba el dolor y otra aun más extraña que estaba dispuesta a hacerle sufrir por siempre… 

Con algo de suerte ambos extraños sufrirían juntos el amor en una tierra lejana.


miércoles, 6 de mayo de 2015

"Previsto..."

Su rostro descansaba contra mi cuello mientras ambos guardábamos silencio, en espera y desolación. El tren anunció su llegada y con ese sonido nuestras esperanzas se rompieron contra el suelo. Él levantó la mirada y sus ojos estaban cerrados, puse mis manos en sus mejillas esperando a que pudiera verme una vez más; pero él solo me besó de golpe cuando el tren volvió a dar un estruendo, esta vez llamando para la salida.
-hora de irse -me dijo cuando el beso terminó.
-lo sé -respondí evitando llorar. Ninguno de nosotros deseaba que terminara, pero yo tuve que dejar ir sus manos y él tuvo que caminar hacia el tren. Subió sin titubear y una vez adentro se perdió de mi vista.
No dijo adiós por la ventanilla, no respondí a ese adiós mientras el tren se iba. Todo simplemente terminó, paso sin pasar, se acabó sin iniciar.


El tiempo que pasamos juntos iba a ser nuestro secreto por siempre, así estaba previsto.