Él caminaba bajo un
cielo oscuro en el que pudo haber un lindo atardecer con tonos naranjas y rojos
si tan solo hubiese tenido un poco más de suerte, pero no; la suerte no existía
para él y las lluvias empezaban a amenazar a la cuidad con su llegada. Aquella
tarde parecía ser la primera de muchas con mala suerte estando ya cargada de un
semblante gris con espesas nubes que cubrían el sol.
Sin importarle
demasiado el clima él caminaba buscando un poco de dolor, un poco de agonía de
esa que te quita la respiración por instantes, que hace que tu cuerpo no
responda como debería y que deja a una sola cosa en tu mente como una tortura
constante de la que no puedes escapar.
En su caminar notaba
que gente no le prestaba atención en absoluto, debía ser porque él no
pertenecía a aquellas tierras, las personas no se veían como él y de alguna
forma aquellas diferencias en lugar de destacarlo lo hundían en la indiferencia
total, era un completo extraño. Pero su búsqueda era lo que lo definía en aquel
día o más bien noche, porque entre más caminaba por las calles más frio se
ponía el ambiente y más se oscurecía el cielo sobre su cabeza.
¿Alguien notaría como
las nubes no eran del todo blancas y no del todo grises? Se preguntaba él
mientras se detenía delante de una librería, en la ventana un libro se exhibía
con luces azules como resplandor de fondo, pero hasta aquel libro que era
especial en la cuidad no recibía suficientes miradas, ni esas luces lograban
que las personas le prestaran atención. Injustamente él no podía compararse con
aquel objeto con hojas llenas de historias, su vida estaba vacía más bien como
el foco de la luz azul que pretendía ser de ayuda aun sin serlo.
La observación de los
colores terminó por cansarlo así que continuó con su caminata, buscando ese
desespero que tanto anhelaba poseer, ese dolor al que muchos le llamaban deseo,
ardor, romance e incluso amor.
No pedía mucho, la
verdad él no era exigente, solo quería un poco de dulzura con ese dolor, reírse
un poco por las mañanas no le caería mal tampoco y si hablamos de una que otra
noche de pasión entonces no habría nada más que agregarle al asunto. Pero aquel
deseo parecía no llenarse con facilidad.
¿Era acaso su culpa que todos aquellos
intentos anteriores dolieran mucho pero no de la forma en cómo él esperaba que
dolieran? ¿Acaso eso tenía sentido? Ante sus propias preguntas mentales tuvo
que encogerse de hombros, ni él mismo se comprendía.
La noche al fin cayó
sobre la cuidad, la gente seguía caminando por las calles esta vez bajo una
lluvia leve e igual que antes ignorando que él estaba ahí, entre ellos.
¿Dónde estaba su
deseado dolor en aquella ciudad tan impactante? ¿Cuánto tiempo más tendría que
buscarle? Justo después de esa segunda pregunta un trueno brillante destelló en
el cielo, hizo que sus pies se detuvieran y que mirara hacia arriba con cierta
precaución pensando que si una de esas luces gigantes le caía encima entonces
no tendría que buscar nunca más, a nada y a nadie.
Pero en el momento en
que bajó la cabeza una mujer de ojos negros estaba delante de él, lo miraba
divertida como si ella supiera lo que pensaba dentro de su cabeza, como si ya
supiera por adelantado cuáles eran sus planes, sus sueños y sus miedos.
Una extraña en tierras
lejanas justo como él.
—Soy Emma –dijo ella
ofreciendo su delicada mano. La lluvia mojaba su cabello haciendo que pequeños mechones
se pegaran contras sus mejillas mientras sonreía con amabilidad.
—Soy Connor, hola
–respondió él sintiendo el primer golpe contra su estómago y de paso sonriendo algo
sorprendido de que las palabras le salieran sin compromiso.
Ella le invitó a un
café con la idea de refugiarse de la lluvia que empezaba a caerles encima con
mayor fuerza, él por su parte aceptó empezando a sentir un dolor de cabeza
bastante aterrador. Caminaron juntos una cuadra más y por un segundo él creyó
recibir ciertas miradas de la gente que caminaba en la calle, una que otra
sonrisa de las personas dentro del local al que entraron y un fuerte dolor le
golpeó en el pecho cuando ella se sentó en una silla delante de él diciéndole
que estaba encantada de conocerle… y ahí estaba su dolor, al fin podía
sentirlo.
De algún modo también
podía ver en sus dulces ojos como el dolor se esparcía en ella, se regaba
llenando su interior de una dolorosa agitación igual que como a él le pasaba…
De esta forma la noche
sorprendía a los transeúntes con destellos cargados de sonidos en el cielo y
con un hombre menos caminando sin rumbo fijo en las calles abarrotadas de Corea.
La lluvia se aventuraba por todas partes mojando muchas esperanzas rotas,
tratando de despertar demasiados sueños olvidados y creando sin querer el
clímax perfecto para que un sufrimiento cruel, abrumador e infinitamente
increíble empezara entre una persona extraña que buscaba el dolor y otra aun
más extraña que estaba dispuesta a hacerle sufrir por siempre…
Con algo de suerte
ambos extraños sufrirían juntos el amor en una tierra lejana.

